Elena Fernández Soto
Creo que desde siempre he sabido de alguna manera que no era como mis demás amigas, que con 12/13 años me decían: “Mira al niño ese; mira qué guapo es”. Yo me limitaba a darles la razón pero en mi interior me hacía una y otra vez la misma pregunta: “¿Qué les ven?” Pensaba: “¿Guapo? Vale, sí, pero tampoco es para tanto…”
Estando en 7º curso entró una nueva alumna en la clase donde yo estaba. Dios, ¡lo que me costó no pasarme el día mirándola!
Como no entendía lo que me pasaba se lo conté a mi cuñada. Ella tiene 14 años más que yo (prácticamente es mi madre; aunque yo ya tengo la mía ella es quien me educó realmente). Mi cuñada dijo que no había de qué preocuparse, que lo que me pasaba a mí le pasaba a más de una, y que simplemente en vez de gustarme los niños me gustaban las niñas. Eso sí, me advirtió de que por nada del mundo se lo comentara a mi hermano, que es homófobo; hecho que realmente me marcó mucho en el futuro, ya que, si mi cuñada es como si fuese mi madre, mi hermano es como mi padre.
Yo soy nacida y criada en Alemania, de padres españoles. En Alemania, si tienes una enfermedad crónica, te mandan cada dos años a una clínica especializada durante un mes, donde te hacen unos tratamientos específicos e intensivos (yo soy asmática). En esa clínica conocí a mi primera novia. Las dos teníamos 16 años y ninguna de las dos sabíamos nada de nada, a excepción de la poca información que me dio mi cuñada. El noviazgo solo duró 4 semanas, ya que entre mi ciudad y la suya hay unos 600 km. Seguimos escribiéndonos cartas y hablando por teléfono durante un año pero ahí terminó todo. Esto fue en diciembre de 1986.
Mis padres pertenecían a una asociación donde se reunían los españoles que vivían en la provincia. Terminé saliendo con la hija de uno de los amigos de mi padre; eso sí que fue un show, ya que cuando estábamos en la asociación teníamos que disimular.
En esa época mi padre no paraba de decirme que cuándo pensaba tener novio, que ya era hora, que cómo podía ser que con 17 años no hubiera tenido ni siquiera un ligue. Yo creo que ya lo sabía y no se atrevía a decírmelo, como yo tampoco me atrevía.
En diciembre de 1988 volví a la clínica, donde conocí a una chica que hoy en día me es imposible olvidar; pasamos 5 semanas (esa vez me dieron 6 semanas de rehabilitación) inolvidables; a veces tengo la sensación de que aún la quiero.
Con tanto machacarme, sobre todo mi hermano, con lo de tener novio, durante la adolescencia me llegué a inventar que me gustaba un actor de cine, el guaperas del colegio, etc., con tal de que me dejaran en paz.
En febrero de 1989 me vine a España con la idea de trabajar durante un año y volver a Alemania para terminar con los estudios pero lejos de la familia, pero salió todo al revés. El 21 diciembre de 1989 murió mi padre y para abril de 1990 se vinieron mi madre y mi hermana para España. Mis hermanos, mi madre y el que se apuntaba estaban siempre con lo mismo: me preguntaban si pensaba meterme a monja con 19 años que tenía o que qué quería hacer con mi vida.
En esa época tenía un amigo que sabía que era lesbiana y como trabajaba en un bar que tenía un hermano mío se enteraba de todo. Un día me dijo que me casara con él para acallar a todo el mundo. Yo acepté, aunque el motivo real es que quería que mi hermano (“mi padre”) estuviera orgulloso de mí; ahí empecé a cometer el error más grande de mi vida: empecé a renegar de mí misma y de lo que soy.
Desde 1990 y hasta hace unos seis meses me rechazaba a mí misma, rechazaba lo que sentía y siento hacía las mujeres. Ese rechazo y todos los maltratos que fui recibiendo de todos los lados terminaron en una depresión que casi me quitó la vida; lo único que me salvó la vida es un Yorkshire Terrier y el pensar que tengo dos hijas preciosas que me necesitan y que no han pedido venir al mundo.
Necesité tres años para salir de esa depresión; y salí de ella a base de antidepresivos que me hicieron engordar 80 kg y me provocaron problemas hormonales. Los antidepresivos los dejé de tomar hace unos dos años y ya he conseguido adelgazar 45 kg, pero aún me faltan 35 kg por adelgazar a día de hoy.
El año pasado mandé a la mierda a todo el mundo que no le gustara que sea lesbiana, me puse en contacto con el 900 Rosa y con la asociación de lesbianas que hay en Alemania. Estoy conociendo a mujeres estupendas y a mis 42 años por fin me acepto tal y como soy; a quien le guste bien y a quien no pues que no le guste, me da igual. En serio, no me afecta absolutamente nada.
Mi reto ahora es que mis hijas se acostumbren a la idea de que si su madre si sale con alguien tendrán otra mamá y no papá. Por suerte, la mayor (21 años) lo acepta bastante bien aunque le cuesta un poco. A la pequeña (16 años) le cuesta bastante, no entiende como me pueden gustar las mujeres. Bueno, ya lo entenderá o eso espero.
Mi consejo para todas aquellas que por la razón que sea no quieren o no se atreven a aceptar que son lesbianas:
NO os neguéis a vosotros mismas, digan lo que os digan o sea quien sea quien os lo diga; lo único que ganáis con ello es caer en un pozo que cada vez se hace más hondo y más oscuro.
Hablad, contad, no os escondáis. Hay gente hoy en día que os puede ayudar si tenéis problemas.
Al prender fuego a mi armario me empecé a sentir libre y feliz de una manera que nunca experimenté, lo que sentí y sigo sintiendo cuando digo libremente que soy lesbiana me es imposible explicarlo con palabras. Eso sí, lo que tampoco hago es pregonarlo a los cuatro vientos con una pancarta en la mano, pero si sale el tema no me callo y mucho menos lo niego.
En resumen, reconocer que soy lesbiana me dio una paz y felicidad interior increíble.