Algunas veces las oportunidades llegan a ti sin que las busques o quizás tú misma las atraes sin saberlo… El caso es que aquel atardecer, en la cubierta del barco camino a la selva peruana, nos trajo algo más que belleza y mosquitos. Mónica, con su hija Mia y 5 naranjas en la mano, se sentó junto a nosotras en el suelo. Enseguida vimos que era de nuestro gremio y había que sonsacárselo como fuera. Fue fácil…
De hecho yo creo que ella también nos caló; comenzó a contarnos su historia mientras pelaba y succionaba la naranjas a la velocidad de carpanta. Viajaba hacia Iquitos con su hija pequeña y con el hombre con el que convivía desde hacía 15 años, padre de la hija mayor, a quien iban a visitar en el albergue gubernamental donde estaba internada. Mónica, según sus palabras, era una persona de mala vida, una basura, a la que le gustaba la noche, tomar, jugar y andar con mujeres. Por pasar droga la metieron presa un año en la cárcel de Iquitos y le quitaron la custodia de la hija mayor. De ahí, cuenta, salió reformada, aprendió de las monjitas que iban a visitar a las presas y les leían la Biblia. Le enseñaron que andar con mujeres era un pecado mortal.
—Nunca más voy a estar con una. Lo que pasa es que tengo mucha testosterona, más de lo normal en una mujer; me lo ha dicho la psicóloga de la cárcel.
Al ver nuestra cara de estupefacción ante sus palabras, nos miró y nos dijo:
—Se van a cansar, chicas, de estar juntas; se van a aburrir, entre mujeres no se pueden tener hijos. Yo he estado 10 años con una mujer a la que amaba pero la dejé.
—¿Y qué pasa si sólo te gustan las mujeres? Yo no quiero estar con un hombre solo para poder tener hijos —saltó Marina, algo alterada.
—No hace falta que te gusten los hombres, sólo necesitas tener sexo una vez y ya está. Yo sólo he tenido sexo con hombres dos veces para tener a mis dos hijas… Con este hombre que viene conmigo sólo convivo, cada uno en su habitación.

Mónica, nuestra protagonista
Durante la conversación tuvo episodios de querer llevarnos por el buen camino, intentando evangelizarnos, lo que nosotras rebatíamos con facilidad. Ella, sin embargo, seguía a la carga, y nuestro asombro iba en aumento: “Chicas, son unas pecadoras por estar entre mujeres, pero pueden librarse del fuego eterno teniendo un hijo”. Pero entonces nos decía: “A mí me gustan mucho las mujeres”. Era una de cal y otra de arena constantemente.
Con resentimiento, nos dijo que, si ambas somos profesionales, es decir, independientes económicamente, está todo bien, podemos ser felices, no como ella, que se gana la vida vendiendo cerdos, pollos y cocos. Hablaba en todo momento como en reflexión, pensando en voz alta y en algunos momentos nos costaba seguir la conversación, que cada vez nos parecía más interesante.
La relación que mantuvo con otra mujer durante 10 años no fue fácil, como cabe esperar. Nos contó que huyeron 5 años y que cuando regresaron estuvieron con la madre de ella pero ésta no entendía ni aprobaba la elección de su hija; tampoco el resto de la família, que la insultaba, amenazaba y denunciaba constantemente. La madre insistía a su hija en que dejara a Mónica y formara una familia con un hombre hasta que, finalmente, nuestra protagonista oyó una conversación entre madre e hija que hizo que la dejara.
—Hija, eres una mujer profesional, te he dado una educación y una buena vida como para que ahora tu mantengas a esta vaga sin oficio ni beneficio.
Al oír estas palabras, Mónica se acercó a la mujer que amaba con locura, la abrazó y le pidió que hiciera caso a su madre. Ella se alejaría de su camino para facilitarle las cosas. Y así lo hizo. Volvió a la noche, a las drogas, al alcohol, al sexo de una noche para tratar de olvidarla. Tiempo después supo que ella se había casado con un gringo, vivía en una gran casa en Estados Unidos y tenía tres hijos preciosos; pero no la había olvidado, no era feliz, no amaba a ese hombre y solamente pensaba en volver a ver a Mónica. Cuando se enteró de que habían metido en la cárcel a la mujer de su vida y le habían quitado a la niña, se dijo que iba a volver para ayudarla…

Atardeceres naranjas y naranjas con atardeceres
Ésta es la historia que nos contó Mónica, quien, a pesar de vivir en la más grande de las contradicciones y en conflicto interior por amar a todas las mujeres y a una en particular, y sabedora que Dios la castigará por ello, de repente se levanta y grita a los cuatro vientos:
—Me gustan las mujeres, los hombres y las naranjas, ¡qué pasa!
Nos reímos las tres y nos quitamos de encima la tensión de la historia.
Más tarde, tratamos de convencerla de que, si hay un Dios, éste querrá su felicidad ante todo y que quizás sólo para la Iglesia y los curas sea pecado estar con alguien de tu mismo sexo, que no se deje comer la cabeza por las evangelizadoras profesionales que la visitaban en la cárcel… Y que, por favor, hiciese lo que su corazon dictara, no lo que dicten las leyes que alguien sin alma ha establecido. Esas palabras, un sincero abrazo y un par de lágrimas fueron nuestra despedida tras cuatro días surcando el río Ucayali y el Amazonas para llegar al medio de la selva, Iquitos, la cual nos esperaba con más sorpresas.